Ver a un/a niño/a triste, enfadado o frustrado puede ser difícil para los adultos. A veces no sabemos si intervenir, si dejarle solo o distraerle. Pero acompañar emocionalmente a un niño no es eliminar su malestar, sino enseñarle que las emociones que siente son válidas y que no está solo.
Igual de importante es acompañarle cuando está feliz y contento. Los/as niños/as han de sentirse validados en todo momento, no tan sólo cuando nosotros consideramos que es crucial o necesario. Como padres y madres tenemos que mostrarles apoyo y acompañarlos en todo momento.
Todas las emociones son necesarias
Los niños no nacen sabiendo identificar lo que sienten. Necesitan un entorno que les permita experimentar y expresar sus emociones sin miedo ni juicio. La tristeza, el enfado o la frustración no son «malas», son respuestas naturales ante la pérdida, el límite o la decepción. Lo que debemos enseñarles es a reconocerlas, nombrarlas y canalizarlas de forma sana.
Tanto los/as niños/as como los adultos hemos de comprender que todas las emociones tienen una función. Tenemos que sentir las emociones que nos gustan y las que no, precisamente porque las que no nos gustan nos indican que hay algo en nuestra vida que no es bueno para nosotros.
El problema no son las emociones, es la forma de canalizarlas y trasmitirlas a los demás. Como adultos hemos de enseñar a los/as niños/as como expresar estas emociones y regularlas.
¿Qué significa acompañar emocionalmente?
Acompañar no es evitar que lloren, ni quitarles rápido la rabia con un “ya pasó”. Es estar disponibles, sintonizar con su estado emocional y ayudarles a atravesar esa emoción, ofreciéndoles contención y seguridad.
Los /as niños/as necesitan validación, comprensión y empatía. Acompañarles en la emoción es comprenderles, ayudarles a entender cómo se siente y por qué y enseñarles a reaccionar. Invalidar sus emociones, enseñarles a inhibirlas, no les ayuda, todo lo contrario porque les quitamos significado.
¿Cómo lo hacemos?
Ya hemos visto la teoría y por qué es importante que, desde la infancia, se reconozcan y regulen las emociones. Ahora os voy a dar algunas herramientas para ayudaros a poner en práctica este acompañamiento.
No obstante, tened en cuenta que los niños aprenden con el ejemplo. No hay mejor forma que ser ejemplo de regulación emocional con nuestra propia experiencia.
1. Mantén la calma tú primero
Los/as niños/as aprenden mucho más por lo que ven que por lo que les decimos. Si gritamos o perdemos el control ante su malestar, les será más difícil autorregularse. Respira, valida tu propio malestar y recuerda: eres su referente. ¡Actúa como tal! Sé la persona que te gustaría que fuera tu hijo/a.
2. Nombra lo que sienten
En ocasiones, los/as niños/as sienten la emoción, pero no saben por qué ocurre. Poner palabras a las emociones ayuda a los/as niños/as a entender lo que pasa por dentro. Por ejemplo:
👉 “Veo que estás muy enfadado porque no pudiste seguir jugando.”
👉 “Estás triste porque echas de menos a tu amigo, ¿verdad?”
3. Ofrece cercanía, sin forzar
Algunos niños quieren un abrazo, otros prefieren espacio. Lo importante es que sientan que estás ahí, disponible para lo que necesiten en cada momento.
👉 “Estoy cerca si quieres hablar o si necesitas un abrazo.”
4. Valida antes de corregir
Evita frases como “no llores”, “eso no es para tanto”, “no te pongas así”. Mejor valida:
👉 “Entiendo que estés frustrado, eso a veces pasa cuando las cosas no salen como uno quiere.”
Luego, si es necesario, puedes guiar:
👉 “Vamos a buscar una forma de calmarte para poder hablar mejor.”
5. Crea rutinas de expresión emocional
Los cuentos, los juegos simbólicos, los dibujos o las botellas de la calma son herramientas excelentes para trabajar las emociones cuando los niños están tranquilos. No todo se resuelve en el momento del conflicto.
El juego les ayuda a regular y expresar sus emociones. A través del juego crean situaciones que les preocupan, resuelven en un ambiente seguro… El role-playing es una herramienta muy eficaz para la gestión de conflictos.
Acompañar fortalece el vínculo
Cuando un niño se siente escuchado y acompañado en sus emociones, aprende que sus sentimientos no le hacen débil ni «malo», sino humano. Aprende que puede contar contigo. Y con el tiempo, desarrollará herramientas para autorregularse, resolver conflictos y empatizar con otros.
«No podemos evitar que llueva, pero sí podemos ser el paraguas que acompaña.»
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