¿Cómo afectan los trastornos específicos de aprendizaje a las emociones? Una mirada desde la evidencia científica.

Hablamos de dislexia, disgrafia, discalculia y emociones en la infancia. Los trastornos específicos del aprendizaje no solo impactan el rendimiento académico de los niños y adolescentes, sino también su bienestar emocional. La investigación en neurociencia y psicología ha demostrado que los desafíos persistentes en el aprendizaje pueden afectar la autoestima, la motivación y generar sintomatología emocional como ansiedad o depresión. Comprender este vínculo es clave para ofrecer una intervención integral que atienda tanto las necesidades cognitivas como emocionales de los estudiantes.

¿Qué son los trastornos específicos del aprendizaje?

Los trastornos específicos del aprendizaje son trastornos del neurodesarrollo, que afectan la capacidad de una persona para adquirir y utilizar habilidades académicas. Estas habilidades son: la lectura (dislexia), la escritura (disgrafía) y las matemáticas (discalculia). Las personas con estos trastornos cuentan con un nivel de inteligencia normal o incluso superior. Estas dificultades no se deben a factores externos, como una enseñanza deficiente o problemas sensoriales, sino a diferencias en el funcionamiento cerebral.

El impacto emocional de las dificultades de aprendizaje

El impacto emocional de estas dificultades depende de cada persona y de las condiciones donde se desarrolle. Hay que tener en cuenta que el esfuerzo constante por superar las dificultades y la comparación con otras personas puede desencadenar dificultades emocionales. Debido a esto es muy importante que se sientan validados, que se realice una terapia eficiente y que consiga que desarrollen sus habilidades mediante el juego.

El juego es la mejor herramienta que tenemos los pedagogos y terapeutas que trabajamos con niños/as. Pues sirve para afianzar conceptos de manera poco repetitiva y dinámica. Hemos de aprovechar esta poderosa herramienta en nuestras sesiones.

Además, también es muy importante trabajar con ellos la educación emocional, la resiliencia y la asertividad.

1. Baja autoestima y autoconcepto negativo

Seguimos hablando de dislexia, disgrafia, discalculia y emociones en la infancia. Numerosos estudios han demostrado que los niños con dificultades de aprendizaje desarrollan un autoconcepto académico más bajo que sus compañeros. Según un metaanálisis de Zeleke (2004), los estudiantes con dislexia, por ejemplo, tienden a tener una percepción negativa de su competencia académica, lo que puede extenderse a otras áreas de su vida.

Esto se debe a que la lectura, la escritura y las matemáticas están presentes en nuestro día a día. Por lo que la dificultad se hace patente a cada momento y la sensación de no saber hacer aquello que se espera de nosotros, que incluso nosotros esperamos de nosotros… La frustración es un sentimiento que persiste en el día a día, sobre todo cuando el esfuerzo no da sus frutos y esto se refleja en la impaciencia de nuestra familia y amigos/as.

2. Ansiedad y frustración

Las tareas escolares que implican lectura, escritura o cálculo pueden convertirse en fuentes continuas de estrés. La repetida experiencia de fracaso, combinada con las expectativas externas, puede generar ansiedad anticipatoria. Un estudio de Nelson y Harwood (2011) encontró niveles significativamente más altos de ansiedad escolar en estudiantes con dificultades de aprendizaje en comparación con sus pares sin estas dificultades.

Esta ansiedad puede derivar en ataques de pánico antes de un examen o durante el examen, así como en una evitación general del estudio.

3. Depresión y síntomas internalizantes

La persistencia de dificultades y la sensación de no estar a la altura pueden derivar en síntomas depresivos. Maughan y Carroll (2006) concluyen que existe una asociación significativa entre dificultades de lectura en la infancia y riesgo de depresión en la adolescencia, especialmente cuando no se recibe el apoyo adecuado.

4. Problemas de conducta y externalización emocional

En algunos casos, la frustración emocional se expresa a través de conductas desafiantes, impulsividad o aislamiento. Los estudios indican que los niños con dificultades de aprendizaje tienen mayor riesgo de presentar trastornos de conducta si sus necesidades emocionales no son reconocidas (Willcutt et al., 2012).

Factores protectores: cómo reducir el impacto emocional

La intervención temprana y el acompañamiento emocional son fundamentales para reducir el impacto negativo de las dificultades de aprendizaje. Algunas estrategias basadas en la evidencia incluyen:

  • Apoyo emocional constante: Programas de intervención que integran el componente emocional y social han demostrado mejorar el autoconcepto y reducir la ansiedad. Es muy importante que estos estudiantes se sientan validados ante los pequeños logros. Así como apoyados, en cuanto a todas las adaptaciones que necesiten por parte del profesorado y apoyo de la familia.
  • Psicoeducación: Ayudar a los niños a comprender su dificultad de aprendizaje y normalizarla puede disminuir la culpa y la vergüenza. Nosotros apoyamos el hecho de que los estudiantes sean conscientes de sus dificultades y conozcan el proceso, tomen decisiones al respecto y sean conscientes de sus avances. Hacerles partícipes del proceso.
  • Entornos inclusivos y sin juicio: Las escuelas que fomentan la diversidad del aprendizaje y reconocen el esfuerzo más allá del rendimiento mejoran el clima emocional. Estos niños no tienen que sentirse señalados, sino al contrario, se ha de potenciar sus otras habilidades para aumentar su autoestima. Todos tenemos algo que aportar.
  • Trabajo conjunto entre familia, escuela y especialistas: La colaboración multidisciplinar asegura una atención integral y coordinada, que tiene efectos positivos tanto en el aprendizaje como en el estado emocional.

Dislexia, disgrafía y discalculia y emociones

Las dificultades de aprendizaje no son solo un desafío académico, sino también emocional. El sufrimiento silencioso de muchos niños se manifiesta en ansiedad, frustración, baja autoestima o retraimiento. Sin embargo, una mirada comprensiva, informada y empática puede marcar la diferencia. La evidencia científica subraya la necesidad de una intervención que integre lo cognitivo y lo emocional, para que cada niño pueda desarrollar su potencial en un entorno seguro y respetuoso.

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